La violencia juvenil daña profundamente no solo
a las víctimas, sino también a sus familias, amigos y
comunidades. Sus efectos se ven no solo en los casos
de muerte, enfermedad y discapacidad, sino
también en la calidad de vida. La violencia que afecta
a los jóvenes incrementa enormemente los costos
de los servicios de salud y asistencia social, reduce
la productividad, disminuye el valor de la propiedad,
desorganiza una serie de servicios esenciales y
en general socava la estructura de la sociedad.